Comprender su mundo adolescente antes de intervenir
El adolescente en tránsito: identidad, pertenencia y contradicción
Un adolescente está constantemente explorando quién es, qué valores quiere, a qué grupo pertenece. Esa búsqueda suele implicar rechazar o cuestionar lo que ha sido la figura parental hasta ahora. Por eso, muchas dinámicas familiares se rompen: el control paternal, las expectativas implícitas, los juicios no expresados.
Cuando intento acercarme a un adolescente, primero dedico tiempo a escuchar sin intervención, a observar su estilo, sus intereses y sus silencios. Esa mirada no juzga; simplemente recibe. Solo desde ahí puedo elegir palabras que atraviesen sus defensas.
La percepción de autoridad vs. la percepción de entendimiento
Cuando los adolescentes sienten que los padres sólo mandan, juzgan o controlan, se cierran. En cambio, cuando sienten que alguien trata de comprenderles, aunque no esté de acuerdo del todo, pueden bajar la guardia. Mi lema es: “Primero ser un puente, luego hablar”.
Ser puente significa mostrar respeto por su autonomía, reconocer sus emociones (aunque sean confusas o irracionales) y compartir contigo también tus dudas como ser humano.
Técnicas para acercarte sin imponer
Los adolescentes y la vulnerabilidad bien expresada
Si le dices: “No entiendo bien cómo te sientes en esta época, pero quiero estar contigo para averiguarlo”, estás haciendo algo poderoso: admites que no tienes todas las respuestas. A los adolescentes les choca poco que alguien sea perfecto; les impacta la sinceridad.
Al compartir brevemente tus propios retos -sin exagerar ni victimizarnos-, creas una simetría humana. Por ejemplo: “Este mes también me ha costado concentrarme, creo que estoy saturado por el cambio de ritmo”. Eso permite que tu hijo no se sienta el único con dificultades.
Preguntas curiosas, no inquisitivas
Evita preguntas cerradas o acusatorias como “¿por qué siempre estás en tu cuarto?” o “¿qué te pasa?”, que suelen generar evasiva. En su lugar, usa preguntas abiertas e invitadoras como:
- ¿Qué fue lo más difícil para ti hoy en clase?
- Si hoy hubiera algo que quisieras cambiar, ¿qué sería?
- ¿Quieres que charlemos en un lugar tranquilo?
Estas preguntas invitan más que exigir una respuesta.
Co-crea acuerdos y límites
En lugar de imponer normas rígidas, propón negociarlas juntos. Por ejemplo, si el tema es el uso del móvil, podrías decir:
”¿Qué te parece si buscamos juntos un horario que te dé tu espacio, pero que también nos permita tener ratos para compartir? Podemos pensarlo entre los dos.”
Cuando el adolescente participa en su propia regulación, disminuye la sensación de opresión.
Respeta “no” pero crea puentes
Si tu hijo dice “no quiero hablar”, en vez de presionar con un “pero sí tienes que contármelo”, podrías responder:
“Está bien. Cuando te apetezca, estaré aquí para escuchar. Me importa cómo estás”.
Ese espacio es una invitación silenciosa que puede salvar dinámicas de rechazo.
Mantener la conexión con tu hijo día a día
Los micromomentos importan
Muchos adolescentes aprovechan el momento de irse a la cama para desahogarse. No esperes grandes confesiones nocturnas. Aprovecha momentos cotidianos para compartir:
- Mientras cocináis algo juntos.
- En trayectos en coche.
- Haciendo una tarea juntos.
- Cuando él/ella esté escuchando música o algo que le guste.
En esos instantes, sin presión, puedes asomar un comentario suave, una pregunta sincera, una escucha sin agenda.
Celebra lo pequeño
Si ves un gesto amable, una disculpa, un intento de diálogo, destácalo. No exageres, pero reconoce su esfuerzo: “Vi que saludaste a tu hermano esta mañana. Me gustó mucho lo que hiciste”. Estos refuerzos positivos, aunque mínimos, construyen reconocimiento y buen clima.
Respeta su espacio sin abandono
Un adolescente necesita espacios propios. No significa ausentismo emocional. Significa que puedes estar disponible sin ser invasivo: que él sepa que estás ahí, que puedes esperar sin presionar, que siempre tienes una silla libre. Esa contención silenciosa puede significar mucho para él.
Apoyar sus intereses, aunque no los compartas
Aprende lo suficiente de lo que le apasiona (un videojuego, una serie, un youtuber) para mostrar interés genuino. No necesitas amar lo que él ama, pero sí respetarlo activamente. A veces un comentario informativo vale más que cualquier norma impuesta.
Qué evitar para no convertirte en “el enemigo”
No sermonear ni comparar
Frases como “antes yo era igual y no me quejaba” o “otros adolescentes no hacen eso” son trampas emocionales que levantan muros. En lugar de juzgar, mejora la conexión con comprensión y límites.
No reaccionar con castigos emocionales
Retirar afecto, ignorar o aislar son castigos emocionales que suelen agravar la desconexión. No busques retribución. Mejor busca restauración. Cuando algo no está bien, di lo que esperas, no lo que castigas.
No competir por atención
Evita imponer tu agenda emocional (“te necesito”, “me duele que no hables”). Mejor expresa tu experiencia brevemente: “Siento tristeza cuando estamos distantes. Quisiera que confiaras en mi”. Esa expresión personal no exige respuesta inmediata, pero deja camino abierto.
Ser aliado, no ejército
Cuando cambia tu forma de aproximarte, cambia su forma de responder. Al convertirte en puente, en espacio seguro y en adulto que acompaña sin la espada de juicio, puedes penetrar defensas y reconstruir cercanía.
Si sientes que no consigues acercarte, que los silencios son cada vez más densos o que el adolescente ha levantado muros que no sabes cómo cruzar, estoy aquí para acompañarte. Con mi servicio de acompañamiento terapéutico -presencial en Madrid centro, San Martín de la Vega y también online-, trabajo con familias para reestablecer comunicación, tender puentes y reconectar relaciones.
Cada paso, por pequeño que sea, es un avance hacia una relación más auténtica, respetuosa y llena de valor compartido.




